jueves, 14 de abril de 2011

EL TIEMPO EN DOS RELOJES


-Son dos relojes, mira ahí están justo debajo de ese árbol caído-gritó el niño.

-¡Podría ser peligroso, no los toques!-respondió Nikita, la niña que siempre lo acompañaba en los días como ese, en el que ambos salían de casa; siempre al mismo bosque olvidado en busca de cosas increíbles, sus pequeños tesoros.

Nikita llegó donde estaba Jorge, que no salía de su asombro. Con cuidado se arrodilló y tomó los dos relojes, inexplicables, de edad imprecisa, como si sus agujas hubieran marcado infinitamente esa misma hora muchas veces.

-¡No lo toques, tonto! Podrías romperlo, hay que dejarlo ahí, hay que ir por el tío Charlie, él nos ayudará-dijo Nikita mientras se acercaba a Jorge. Miraba especialmente uno de cristal, donde se reflejaban sus ojos azul, impenetrables como la soledad de las agujas de ese reloj que ahora tenía ya entre manos.

-Vamos, no creerás que regresaré a casa y dejaré aquí este tesoro. Nikita, esto me ha estado esperando. No sé quién pudo dejarlo aquí; pero ahora son nuestros. Es el tiempo de tomarlos. Mira las agujas de este, que hermoso es. Se tumbó en el suelo y siguió mirando el reloj de cristal. Lo miró fijamente. Extraño mecanismo. Simetría perfecta. En él se reflejaba el juego del viento con el cabello de Nikita.

-Mira, este está a la hora. ¿Será posible?
-¡Genial, no lo puedo creer, aun están andando! Y mira la hora están sincronizados. Es la misma hora en ambos.

-Sí, es verdad. Te das cuenta, Nikita. Te das cuenta. Nos han estado esperando! Y ahora son nuestros.

En la cara de ambos niños se dibujaba una sonrisa, una felicidad tan grande, solo comparable con la emoción de abrir los regalos de cumpleaños, cuando había regalos para ellos.

Los dos relojes marcaban las 9 de la mañana. Jorge, los observaba por última vez en aquel lugar, tocando sutilmente la madera del árbol caído. El reloj de Jorge no emitía ningún sonido. No tenía baterías o cuerda. Jorge pensó: “esto me ha estado esperando, la hora ha llegado, por primera vez he llegado a tiempo”. Tenía los ojos brillantes. Más verdes que de costumbre. Con cuidado tomó el reloj grande, sobre un fondo azul como el corazón del mar giraban las manecillas que brillaban de un rojo escarlata marcando el tiempo infinito, y lo guardó en su mochila con mucho respeto. Nikita tomó el otro, no menos extraño. Uno era marrón con agujas escarlatas que emergían desde el corazón del océano. Cada tres o cuatro segundos emitía un sutil sonido, como si fuera a pararse en cualquier momento, como si estuviera ya cansado de marcar tantas veces el paso de un tiempo que en ese lugar alejado y extraño era inexistente. Nikita puso el reloj en su bolsillo, era lo bastante pequeño para entrar ahí. Era todo de cristal, o de un material transparente. No presentaba ningún mecanismo. Solo tenía el horario. El minutero se había perdido o simplemente no estaba. Nikita se dio cuenta de que había pasado ya tres horas desde que estaban ahí en aquel lugar inhóspito, alejados de la Casa. Con mochilas y un par de botellas de agua.

Un sábado soleado. Dos niños. Dos niños que eran amigos. Que siempre buscaban cosas extrañas con la certeza de que esas cosas extrañas no serían esquivas una vez más. Ahora con dos relojes. Dos relojes que seguían marcando el tiempo. Tal vez los mismo minutos; tal vez en las mochilas ya no marcaban el tiempo; tal vez algún día se cansarían de marcar. Y en su silencio absoluto se harían tan maravillosos que seguirían llevando el paso del tiempo, en el más absoluto silencio.

Nikita y Jorge regresaron a casa emocionados. En el camino, no fueron pocas veces en que se vieron tentados a abrir las mochilas y sacar los relojes. Jorge pensaba en desarmar el más grande, el de la aguja escarlata; Nikita pensaba regalarle a su maestro de pintura el más delicado y sutil. El de cristal. No quería conservarlo, extrañamente no quería conservarlo.

Los niños siguieron hasta llegar a casa. Cuando por fin estuvieron ahí, fueron directo al cuarto de Jorge, subieron las escaleras a toda velocidad. No había nadie en casa y el tío Charlie aún no regresaba del trabajo. Cerraron el cuarto con llave. De pronto sintieron una tranquilidad y paz que jamás habían experimentado en su casa. También afuera. No había ruido. No había gente por las calles. No había un solo auto o el señor que reparte los diarios. Como que el tiempo se hubiera detenido. Por lo menos para Jorge y Nikita.

Nikita tomó el de reloj de cristal; pero su alegría no duró mucho al advertir que la magnífica aguja que marcaba las horas, que tanto la había sorprendido, ahora estaba detenida, detenida para siempre, como si nunca se hubiera movido en absoluto; como si desde que fue fabricado hubiera estado condenada a estar inmóvil, incapaz de siquiera moverse un poco de su lugar. Jorge abrió su mochila y sacó con cuidado el otro reloj-su reloj- el de agujas escarlatas. Marcaba la hora. La hora perfecta. Pegó su oreja al reloj y sintió al ritmo de su corazón una a una la marcha del tiempo. Sus ojos seguían maravillados el paso de las agujas escarlatas, el del tiempo infinito.

Esa noche no pudieron dormir. Ambos escondieron sus relojes en sus lugares preferidos, lejos de sus padres, lejos de cualquier que sea atreviera a tocarlos, lejos del paso del tiempo si era posible. Jorge cubrió el reloj con algunos diarios y papeles, lo metió en la mochila y lo escondió en el lugar más secreto de su cuarto: detrás de su ropero, donde nadie buscaba nada. Siempre lo sacaba, daba un vistazo, se maravillaba de que siga dando la hora correcta y lo regresaba en complicidad de la noche a su lugar.

Un sábado en la mañana Jorge, como de costumbre fue a ver el reloj. Sintió algo extraño. Palpó la mochila como si fuera otra. Estaba algo pesada, palpó una y otra vez antes de abrir, cuando metió la mano solo encontró arena. No lo podía creer. De pronto su más grande tesoro había sucumbido al tiempo. En una noche cualquiera, tal vez mientras dormía se había derretido, esfumado, se había convertido en ese montón de arena y nada. Se mordió los dientes para no llorar. Pensó que todo esto tenía que ser un sueño o una pesadilla.

Salió corriendo y fue a ver a Nikita. Ella estaba sorprendida. Jorge le hablaba de relojes. Le pedía de que por favor regresaran a aquel lugar. Que su tesoro lo estaba esperando ahí. Que siempre había estado ahí. Nikita no entendía de qué rayos hablaba Jorge. No tenía la menor idea. Pensó que su mejor amigo estaba loco. Le dijo que aun era muy temprano y muy peligroso para ir en busca de tesoros. “Jorge, son las cinco de la mañana, por favor, regresa a tu casa, duerme, has tenido un mal día, no sé de qué me hablas, yo no tengo ningún reloj, yo no sé si lo que encontraremos serán relojes”. Jorge se calmó, respiró profundamente. Abrazó a su amiga, y se quedó mirando a Nikita. Perdido en sus ojos azules. Impenetrales, ausentes, infinitos como el reloj de agujas escarlatas.

-Mi reloj me está esperano, me está esperando-dijo Jorge con los ojos llorosos.
-No, Jorge, cálmate por favor, no existen tales relojes. Te acompaño a tu casa.

-Tengo que regresar, Nikita, tengo que regresar…el tiempo es ahora. ¡El tiempo es ahora!

Jorge salió corriendo y se dirigió hacia el lugar. Cuando llegó, pasando por árboles frondosos y luego por terrenos de cultivo abandonados hasta terminar en tierra árida, seca, sin vida, sin tiempo. Cansado de tanto caminar, se sentó en un tronco, tocó la madera, reconoció el lugar inmediatamente. El pequeño montículo de arena donde había encontrado los relojes. Cuando llegó estaba ahí otra vez. Esperándolo, frente a sus ojos, marcando la hora correcta el reloj fabuloso de las agujas escarlatas.

Jorge se acercó. Miró la hora una vez más, respiró profundamente. Levantó el reloj y pudo ver por última vez su rostro sonriente en el reflejo. Con todas sus fuerzas lo arrojó contra unas rocas y vegetación agreste hasta ver como se rompía en mil pedazos. Cuando regresaba, cansado y con una sonrisa que dibujaba una victoria, pensaba en que era sábado y como siempre, tenía que ir a buscar a su amiga Nikita para salir en busca del tesoro que los estaba esperando.

Con el tiempo ambos niños crecieron y siguieron caminos distintos. No se volvieron a ver. Pero en sus sueños, la búsqueda continúa, y a veces se despiertan felices. Con una victoria que luego la realidad les quita mientras se dan cuenta que ya se despertaron y que el tiempo sigue pasando. Solo el tiempo guarda ese recuerdo

En algún lugar del mundo el reloj de agujas escarlatas seguía su marcha. Normalmente acertaba a las nueve de la mañana de algún sábado inexplicable. Como hace 70 años acertó cuando dos niños lo encontraron mientras dormían.

HAROLD RODRÍGUEZ

sábado, 6 de noviembre de 2010

LAS FOTOS QUE NO COMENTARÁS

Todo en mi cuarto está oscuro, tranquilo y ordenado-porque está a oscuras y yo en la cama, pensando en cosas muy ligeras-. Mi celular se ha quedado sobre la última página de un libro muy entretenido que leo todas las noches con el fin de dormir o de no dormir. Son las noches tranquilas y predecibles como lo es el libro que vengo leyendo y como el celular que siempre vibra o suena o ambas cosas, porque ya no tiene poco tiempo de uso y hace lo que quiere; de modo que se activa siempre a las dos de la madrugada, hora en que me voy a dormir y dejo de leer, escribir o digitar en la PC. Pero no es una noche cualquiera, y por eso he prendido la luz de mi cuarto. Me he acercado a la PC. Automáticamente se ha activado el MSN y el Facebook me muestra las últimas actualizaciones de mis contactos- que no son muchos ni son tantos como para llenarme el muro de actualizaciones y cosas como "el hada mágica" o "el pulpo Paul dice" entre otras cosas tan locas como locos son todos los que se hacen fan de esas aplicaciones.


Sentado frente a la PC y con el Facebook activo pretendo escribir algo en mi muro, pienso en una persona muy especial. Escribo una frase, luego la borro. Escribo una frase más corta y luego creo que es muy corta y no dice lo que quiero. Y normalmente en mi muro nunca digo lo que quiero, ni lo que estoy pensando: "No digo nada, me limito a la observación de fotos".


Parece aburrido el hecho de que pase las mejores horas – las más silenciosas- escribiendo, leyendo o digitando eso que no me atreví a decir o hacer los últimos meses. De todos modos, no son pocas las fotos que veo en el Facebook, red social que me ha capturado o que yo he capturado para valerme de mis doce contactos y ver cientos de fotos que se actualizan diariamente, y sentir que mis amigos, que por cierto cada vez veo menos, ya se han casado, divorciado, separado, ya terminaron su carrera, ya iniciaron otra carrera, ya no quieren iniciar ninguna carrera, y por eso han resulto vivir una vida ligera, frívola y feliz. Y solo así poder subir decenas o cientos de fotos que muestran todo lo felices que son. Estoy seguro que su felicidad se incrementa, se potencia hasta el infinito cuando alguien les deja comentario o el solo hecho de dar un clic sobre "me gusta" hace que valga. Yo no comento casi ninguna foto. La razón no es que no quiera escribir o que esas fotos tan bien logradas y felices despierten en mí la envidia- al saber que yo no tengo esas fotos tan felices ni cercanamente logradas-porque soy un observador y no tengo fotos; y porque teniendo algunas fotos, nadie se atreve a dejarme siquiera un par de palabras o un par de puntos. Por lo tanto, queridos contactos: no esperen que yo les comente nada, salvo que sea el día de su cumpleaños.


No sé cuánto rato estoy en la computadora. No sé desde cuándo tengo este gusto por ver fotografías que no son mías, pero que siento como mías porque alguien me etiqueta en una de ellas-lo cual es una forma de estar presente.

De todas esas fotos que veo porque “tengo que verlas” todos los días, porque “todos los días hay fotos que ver”. Hay algunas que me llaman la atención y otras que simplemente son producto de su ocio –estas son la mayoría por no decir todas-, pero hay algunas que valen la pena hasta imprimirlas. Las más memorables son las de Andreita, mi ex novia y ex amiga y todo lo ex que se pueda conjugar o complementar. Son las fotos de ella las que más me impresionan, porque jamás las había visto cuando estaba con ella. Y porque jamás hubiera pensado que mi chica- puedo permitirme decir eso en mis relatos- pueda tomarse fotografías tan ocurrentes con sus amigas, y amigos. Puede tener fotografías con grupos de rock de Lima, con MDC y AMEN. Puede tener tan buen gusto para salir tan linda en todas las fotos que tiene, puede tener todas las fotos que tiene y quiere y saber que igual, del ángulo en que elijan, y de la forma como inclinen la cámara, siempre quedará bien. Yo no tengo fotos así. Mi chica es fotogénica y es encantadoramente linda y guapa en las fotos y en las vida real, pero más guapa en el Facebook, donde ya no soy más su contacto, ni amigo, pero a pesar de eso…puedo ver. Y sé que ella, aunque no entre y me deje comentarios, también puede ver.


He preparado café. En realidad he puesto dos cucharadas en una taza pequeña. En realidad sé que no necesito tomar café ni en taza pequeña ni grande. Igual, este último mes no puedo dormir cuando quiero, ni puedo despertarme a la hora deseada. De esto culpo al Facebook, pero especialmente a mis doce contactos que por cierto, suben las fotos temprano y no toman café en taza pequeña ni grande. Estoy pensando en esto, girando lentamente en la silla, escuchando el breve sonido metálico, y de repente, mi chica ha subido un par de fotos...


Es impreciso el tiempo que he pasado mirando las fotos. Lo ha valido. ¿Comentarlas? Tal vez.


Dos de la madrugada. Hora de dormir. Libro cerrado. Celular vibrando. Peón verde del MSN girando para cerrarse definitivamente y en ese preciso instante sé que tengo que comentarlas. No me voy a dormir sin dejar por lo menos un breve comentario sobre un de ellas. Andrea está subiendo una nueva foto y en unas horas- cuando la gente despierte- tendrá no pocos comentarios.


Su felicidad, a diferencia de los que jamás me dejan comentarios, es también mi felicidad, y por eso, antes de dormir, me animo y le dejo un comentario breve, sabiendo que sonreirá y luego lo borrará, muy rápido, muy veloz y cerrará su laptop rosada, lentamente, pensando en mi comentario, tal vez solo pensando en que también estoy pensando en ella.


Ya con la luz apagada, sobre mi cama, duermo tranquilo sabiendo que Andrea ya habrá borrado mi comentario y se habrá ido a dormir con una sonrisa tan linda como la de la foto que he comentado.


sábado, 31 de julio de 2010

EL NOVIO QUE ESPERA



Renzo caminó dos o tres pasos y se dejó caer a pocos metros de la puerta de su casa. Apagó el celular luego de escuchar “este es un mensaje de Claro, si desea deje su mensaje...”. Metió su mano en el bolsillo de su casaca, prendió un cigarrillo, el último cigarrillo que le quedaba.

No le importó pasar a dormir a su cuarto. Dormir esa noche era algo que no estaba en sus planes, sabía que no podría luchar contra esa idea que lo gobernaba. Tenía las palabras de Daniela en su cabeza. Tenía a Daniela en su cabeza.

Prendió su reproductor y escuchó una balada para terminar de sentirse pésimo, o para prologar su pena de una forma casi surrealista. De pronto, escuchó el ruido metálico de una puerta de taxi. Primero abriéndose, luego cerrándose con delicadeza. Pensó lo interesante que sería ver a Daniela bajando del taxi. A un segundo de llegar a su lado, sentir su perfume, sentir que la ha extrañado y que esa es una forma de quererla.

Miró la lista de canciones, seleccionó “aleatorio”. La música a todo volumen para no pensar en nada. Para ya no sentir nada. Para no sentirse solo una vez más. Para no darse cuenta que ahora Daniela, que había bajado de un taxi, se dirigía hacia él. Que ella había estado llorando. Que él también había estado a punto de llorar.

Una luz se prendió en la casa de su vecino. Un espectador.

Sintió unos pasos que se acercaban hacia él. Uno, dos, tres pasos más. Un ruido discreto de la ventana de la casa vecina. Frente a él la chica que aun quería, que siempre había querido. La chica de la que siempre estaría enamorado, así ella eligiera ya no ser su chica nunca más. Ahí estaba, mirada ligera y travieza, sonrisa encantadora: Daniela, su novia.

Daniela pausó la música del reproductor. Renzo la miró fijamente, tenía un brillo en los ojos. Ella se sentó a su lado. Tenían muchas cosas o tal vez ninguna de qué hablar. Hablaron tranquilamente. Las horas pasaron y con ellas esos problemas de pareja. Renzo diciendo: "son cosas de chicos" y Daniela riéndose una vez más. Renzo hablando de un libro que está leyendo; Daniela hablando de lo bien que le fue en un proyecto en la universidad y de lo bien que la pasó en el cumpleaños de una amiga en común la noche anterior. Todo fue tan rápido y tan genial que ya no quedó tiempo ni ganas para hablar de sus repetidas discusiones, de unos problemas pasados que ya les resultaban ajenos, innecesarios.

Abajo en la acera dos chicos hablando. La complicidad de una madrugada fría. Ahora ambos de la mano y luego él tocándole sutilmente la cara y luego ella dejándose besar. El espectador cerró la ventana tan discretamente como pudo. Se apagó luz. Abajo, la acera iluminada por ese brillo fugaz y persistente de un reencuentro.
Hacía mucho frío. Eran casi las dos de la madrugada. Daniela y Renzo escuchaban “cuando me enamoro”.
En el suelo una caja vacía. El brillante dibujo de un camello, tranquilo, apacible. El reproductor sonaba en aleatorio.

Harold R.


miércoles, 14 de julio de 2010

El ÚLTIMO GOL DEL MUNDIAL


Un programa desconocido me hace una entrevista. Digo que ganará España. Me pregunta si respondo eso porque lo dijo el pulpo Paul. Yo digo que el pulpo es tan sabio- o tal vez más- que Del Bosque y Bielsa juntos, y por eso España está condenada a ganar la copa del mundo.

Andrea, la chica de la que siempre estaré enamorado, no entiende nada de lo que estoy diciendo y yo tampoco. Se ríe en complicidad de la reportera (que tiene lentes anaranjados).

Termina el partido. España celebra y toda la gente, que no es precisamente española, celebra como si fuesen una colonia de Gallegos. Hacen un breve sorteo en el que "alguien gana" y la verdad nunca se sabe quién fue ni importa.


La gente se dispersa del patio de comidas. Yo aprovecho y compro helados. Pido los sabores guiado por el azar, pues así la combianción es mejor que si la pensara. Ubico un lugar dejado por algún hincha holandés o peruano-español, y para mi sorpresa Andrea ya está ahí, esperando su helado (y también a mí),la veo demasiado linda y guapa, y creo que venir a ver la final en ese lugar y no en el flamante LED de su casa, fue lo mejor, o fue lo que tenía que pasar.

Beso a mi chica. Mi chica me besa. Por un momento comprendo que esa felicidad efímera de ganar una copa del mundo tiene que ser comparable con lo veloz y dulce de un beso en una tarde soleada por el Mall junto a la persona que el destino ha puesto en mi camino para -al igual que España-estar locamente feliz.



Harold.

Este video me encanta...y me seguirá gustando^^

miércoles, 2 de junio de 2010

Tu amistad y lo demás





TU AMISTAD Y LO DEMÁS



Ya pasó una semana y no me escribes. Normalmente te conviene ser inteligente o más inteligente de lo que yo creo que puedes ser cuando menos me conviene. Ayer fue el día que más inteligente te he visto, y te diré, Andrea querida, qué resultaste ser mucho más inteligente que yo, y por eso te quiero tanto y si alguna vez tengo una hija le pondré tu nombre, o el nombre que tú me digas. ¿Sabes que todo lo que digo es mentira? Lo sabes. No le pondré tu nombre, pero es muy posible que le ponga el nombre que tú me digas.

Te hablo de estos temas y de otros, y normalmente de temas que ya ni al caso, tú te ríes y me dices: “fácil la harías si te decides a armar un monólogo o algo así”. Yo sé que en realidad si me decidiera a hacer tal proyecto lo normal sería que fracase y te culpe por animarme a esa idea loca. De ningún modo lo haría, pero hacerlo por verte reír justifica todo. Entonces recuerdo al protagonista de “Dos hombres y medio”, al tipo mujeriego y loco─porque ser mujeriego ya es una forma de locura y terminas siendo un loco del carajo─entonces te digo que mejor es ir a ver una película y advierto que no tengo dinero. Tener o no tener dinero contigo no es muy importante, normalmente tú eres la chica dispendiosa que no permite que pague toda la cuenta de la pizza o de los helados, y yo no estoy dispuesto a darte la contra y eso me parece un acto noble y una buena manera de preservar por muchos años más nuestra amistad. Miro mi billetera con el único dólar que queda y con un billete gastado que era para abrir un curso de miedo en la universidad. No pasa mucho rato y ya estamos tomando un helado, tú tosiendo y yo pensando que seguramente me enfermaré y tendré una excelente razón para faltar a esas clases de madrugada a las que forzosamente asisto todos los días. Y de no ser por Luana, una chica simpática, quien me timbra (no pocas veces) y me despierta, yo no llegaría a tiempo ni a destiempo: simplemente no llegaría y me quedaría dormido, calmado y tendido tranquilamente en mi cama como en la película Avatar.

Ya casi es de madrugada. Prendo la computadora y respondo como un demonio los mensajes que he dejado durante dos días desde que me “desconecté”. Y comprenderás porqué digo eso, Andreita, pues fuiste tú la razón por la que no entré al Chat, ni al Facebook, ni prendí mi celular durante dos días. Y eso, no prenderlo y ausentarme de toda red social, y no social, fue lo más inteligente que he podido hacer en estos días para preservar nuestra amistad. Sabes que te quiero más que cuando eras mi chica, pero a veces me gusta mi privacidad y me gusta hacer cosas que normalmente a ti no te gustan, y te repito la frase que tanto te gusta: “son cosas de chicos”. ¿Qué son cosas de chicos? Tú sabes…ya no somos chicos; y que lo mejor es decir la verdad y a veces dejarse llevar y actuar guiado por la razón y por el amor; porque es muy peligroso dejarse guiar por el amor y luego por la razón. No se puede. Yo no he podido. Tú tampoco has podido y gracias a eso seguimos hablando y saliendo noche a noche, y cuando se puede, no está de más una salida para conversar de tantos temas que no son importantes pero son buenas excusas para, de una forma especial, reunirnos y hablar. Recuerda que me encanta doblar la servilleta y escribirte frases que podrían ser cursis, pero no para ti. Que podrían ser románticas, pero no para mí; frases que solo te escribo mientras estás eligiendo una variedad de café que sirven en unas tazas tan pequeñas que hacen una perfecta ironía con su precio y con nuestra amistad. Saco un lapicero del bolsillo y te anoto brevemente: “Eres la mejor amiga que he podido tener, la que yo siempre elegiría”.

Salimos del café y me tomas del brazo, te quiero tomar de la mano pero sé que no debo. Sé que no debo porque prefiero tener tu amistad y “seguir siendo tu amigo”. Hace frío y lentamente subimos por las escaleras. De pronto dejas de sujetarte y me dices: “vamos a ver ropa”. Te espero pacientemente en un sillón, la vendedora se ríe y yo me río de la vendedora y te digo que todo te queda perfecto, y es cierto, todo te queda bien, pero tú crees que no es así y sigues probándote más prendas y luego sales con dos bolsas y yo no sé que habrás elegido al final, pero lo que sea te quedará perfecto y se te verá súper linda como siempre. Y por eso, por saber esperar y decirte que todo te queda bien, sé que me quieres.

Te despido con un beso breve, espero que entres a tu casa y me alejo en el Taxi, que curiosamente tiene una tarifa y jamás pido rebajas y si las pidieras de seguro no me las hicieran (según mi teoría: los taxistas le cobran lo que quieren a los enamorados porque ellos siempre pagan en silencio y sin molestia. Ya en su casa se dan cuenta de todo).
No pasa mucho y ya estoy en la computadora, y mientras el peón verde del MSN gira y gira…yo también pienso en ti. Sé que no te conectarás esa noche. Nunca lo haces cuando salimos, y eso es muy inteligente de tu parte.

Si no fuésemos amigos, lo más probable es que fuésemos enemigos; pero nunca algo intermedio, algo promedio, siempre algo extremamente bueno”. Tan bueno como la última salida. Tan bueno como cuando me dices que no quieres ir al cine y yo voy solo y te cuento todo por SMS desde el cine. Tan bueno como cuando te llamo de madrugada y te digo que te extraño y que me gustaría tomar un Taxi y llegar a tu casa para decirte lo mismo personalmente. Tan bueno como cuando me escribes y me dices que escribes mejor que yo. Tan bueno como cuando te digo que escribes tan bien que yo no podría siquiera pensar igualarte, y tú te ríes porque sabes que es psicología inversa y me dices que me quieres y que escribo bien y que pronto tendremos una salida para que me cuentes cosas interesantes y yo te digo que no tengo nada interesante que contarte, luego me dices “salir contigo es interesante”. Soy feliz, por ese efímero instante. Es un momento bueno: tan bueno que he prendido mi celular, he respondido todos mis mensajes y estoy completamente seguro que tú eres la chica a la que quiero y que estaba en mi destino ser tu amigo, y solo tu amigo, mientras tú con tu linda sonrisa y con tu silencio me lo hagas saber.


Harold.



viernes, 19 de marzo de 2010

EL PROTECTOR



─¿Te gusta tomar, no es verdad?
─Poco, no tanto como en realidad creen.
─¿Pedimos más trago, o por ahora está bien? ─le dije con la voz cansada.
─No, déjate de joder, pide una última. Estamos en lo mejor de la conversación…
Sabía que ya no debía pedir un trago más, pero se presentaba un dilema: si pedía otro trago el sujeto al que quería sacar información seguramente cruzaría esa delgada línea que lo separa de la realidad y hablaría tonterías y en ningún caso lo que yo quería escuchar; si no lo hacía, se pararía, me diría una grosería y se largaría para no volver a verme nunca. Tengo que reconocer que encontrarlo en este bar fue una coincidencia, que ya no se repetiría nunca más.


A los dos minutos el camarero ya había servido dos vasos más de trago, que no era barato y poco a poco me venía dejando tan pobre como si hubiera sido víctima del más cruel de los asaltos. Ya sin efectivo, pasé lentamente mi tarjeta y marqué mi clave discretamente.


─!Que pendejo, cómo vas a poner de clave: “2222”!
Luego se tomó el poco licor que aun quedaba en el vaso. Con la mirada distraída y las manos trémulas, se puso en pie y se acercó hasta mí, su olor a trago me causo asco─yo también había tomado varias copas─, fue como que me hablara al oído, como para contarme algún secreto, tal vez para contarme lo que yo había venido a averiguar esa noche


─Eres un cojudo, cambia tu clave porque está muy fácil, luego no te quejes si un día un hijo de mala madre te la roba y se mete una bomba espectacular con ese dinero que dices te ganas tan honradamente ¿Qué carajo será ganarlo honradamente? Igual cuando compras algo nadie te pregunta como diablos te ganas el dinero. Se paró de golpe se alejó y salió por la puerta estilo viejo oeste. Lo hubiera seguido pero me quedé estático, paralizado, tomando lentamente lo que quedaba en mi vaso, tratando de no pensar en nada, nublado por el olor a cigarrillo y alcohol del lugar.


Cuando metí la mano en el bolsillo del saco noté que faltaba mi tarjeta de crédito. “Borracho hijo de puta”, pensé en voz alta. Unos segundos después ya estaba tras el borracho. Pensé: “este cabrón no puede ir muy lejos, de seguro que solo ha cambiado de Bar, de seguro que está en Lobo azul”. Tomé un taxi y salí resuelto para encontrarlo en ese Bar, mucho más peligroso que el anterior, frecuentado por delincuentes de cuidado y gente que ha está dispuesta a dejar la vida en algún gran robo o secuestro. El taxista me dejó dos cuadras antes del lugar. “No compadrito, yo no entro más, estás loco luego quien me regresa el carro”. En cuanto bajé pisó el acelerador y se alejó como si hubiera perpetrado un crimen, una fechoría, con la maestría del más avezado delincuente que se burla de la policía y los ridiculiza con sus amagues y con su forma de salir del peligro. Fui afortunado de haber bajado salvo de ese taxi. Miré mi reloj, era casi la media noche.

En la puerta de entrada un tipo de rostro intimidante, con gafas oscuras, me detuvo el pase, como si aquel bar fuera una exclusividad, y su ingreso estuviera reservado solo para aquellos que burlan la ley y hacen lo que se les viene en gana para aterrorizar a una ciudad que con su sola presencia ya es terrible, ya es peligrosa.

─¿A quién buscas? ─me dijo el tipo de la seguridad, pude ver que tenía una estrella tatuada en la mano, como en las películas de policiales. Tenía todas las ganas de no dejarme pasar.
─Busco…a un tipo que me ha robado, y que estoy seguro que está en este bar.
Lanzó una breve risa, luego me sujeto del brazo con fuerza, para mostrarme que tenía poder para decidir quien pasa y quién no.
─Me ha robado, no entiende, un borracho, en el otro bar de “Taberna FB”, vamos, déjeme pasar, le prometo no causar disturbios, si no está pues me voy y no pasó nada.
─Tal vez se pueda solucionar de otro modo, haber si usted colabora─me dijo mientras ajustaba el arma a su cinturón.
─Solo me quedan $20, amigo, es lo que tengo.
─Pasa, no me conoces. Y cuando digo que no me conoces, no me conoces o si no te buscaré hasta en el puto infierno y te llenaré de todas estas putas balas que tengo aquí cargadas y que si supieras las ganas que tengo de metérselas al primer cabrón que se ponga malcriado o valiente en este lugar, me comprenderías. Terminó su frase y me dio una palmada en la espalda.


“Negro, cabrón de mala entraña, que te jodas” ─pensé─. Lo que vi dentro del lugar fue algo a lo que ya estaba acostumbrado. Y a diferencia de otros bares que había frecuentado en mis inicios, este era mucho más tranquilo, todos parecían gente decente. No era lo que yo tenía en la cabeza, lo que había visto en las películas compradas en lo de “Tonys”. El borracho no había por ningún lado. Me senté en la barra y pedí el mismo trago que pedí en el otro bar, en todos a los que frecuentaba últimamente. Me pasé buen rato pensando que debía estar loco para llegar a ese lugar buscando a un borracho de mierda que de seguro no estaba ahí, y que mi vida pendía de un hilo. Sentí ganas de usar el servicio higiénico, era de primera, todo limpio, todo en orden. Me estaba mojando un poco la cara cuando en el espejo se reflejó la imagen del borracho. Voltee de golpe, estaba parado justo a mi lado, con la mirada ligera, distraído como de seguro se habría pasado toda su vida.


─Hola, Martín, pensé que ya no te encontraría─me dijo con una maldita frescura.
─Yo sí pensé que nos encontraríamos. Y justo esta misma noche.
─No jodas, uno ya no puede cambiar de bar un rato, ya pensaba regresar al otro, encontrarte ahí y seguir la conversación…porque en eso estábamos.
─No, ya no. La conversación ha terminado. ¡Quiero mi maldita tarjeta de regreso!
─La puta que me pario, hombre, busca en bien en tus bolsillos.


Pensé pegarle un golpe justo en la nariz. No sé como metí la mano al bolsillo, para simular que le hacía caso y luego sacar desde ahí el puño violento hasta su cara. Dejarlo en el suelo, salir lo antes posible de ese maldito lugar, dormir un par de horas, despertarme temprano, tomar una buena ducha, pensar que esto no ha pasado; ir al primer banco que abra en la mañana y anular mi tarjeta de crédito.


─Vamos, hombre…busca, mete la mano al bolsillo, eso pasa, los bolsillos son tan grandes que las cosas se esconden ahí, y luego uno las encuentra en el momento menos pensado─terminó de decir esto y retrocedió dos pasos.


Metí la mano al bolsillo de mi saco, vaya sorpresa, mis dedos tocaron la estructura rectangular y plastificada de la tarjeta. Pensé: “este cabrón me la ha puesto mientras me lavaba la cara. Me la ha vuelto a hacer”.

Ya no tenía razón golpear a este hombre, tal vez lo de la tarjeta tenía que pasar para poder encontrarlo nuevamente, era solo como un descanso, como un breve momento de relajamiento y de cambio de escenario. Ahora estábamos en una mesa, la más alejada, la más discreta del bar, desde ahí se podía ver a los demás hablando cosas, escuchando esas cosas, planeando golpes a empresarios o gente de negocios. Todo en la discreta calma y privacidad. Todos de traje, con joyas y chicas guapas que rodeaban sus mesas. Yo con un puto borracho en la mía, tratando de averiguarle algo muy importante.


─Ya déjame de joder, Martín─me dijo el borracho, acomodándose la corbata gastada y sucia que traía.
─Trataré…no sé si pueda. Sería más fácil si la terminamos de una vez, si me dices por qué me mandaste ese mensaje, el martes por la media noche. Si me dices porqué me quieres proteger, si no tengo enemigos, si no tengo amigos que luego se conviertan en potenciales enemigos; si no te conozco, ni tú a mí. Sí no estoy tan loco como tú.
─Yo no estoy loco, yo solo te protejo.
─No quiero que me sigas mandando mensajes a mi casa. No quiero que me protejas de nadie. Sigue con tu maldita vida, toma lo que se te venga en gana, pero a mí, hazme un favor, ya no me jodas más. No te conozco, no existes. Esta mierda de lugar no existe. Yo debería estar en mi casa, jugando algo desde mi celular o mirando alguna película, y no contigo. Yo no debería haber venido hasta aquí, si quieres gástate todo el puto dinero de la tarjeta─se la tiré a la mesa─pero por Dios, ya déjame vivir tranquilo. Yo no estoy en peligro.
─Tú crees que decides tu suerte, tu vida. Ten cuidado, podrías estar equivocado…─me dijo llevándose las manos a la cara.
─Vete a la mierda, borracho del carajo.


Me paré de esa mesa y salí presuroso, molesto, con bronca por haber perdido tanto tiempo con un tipo que no conocía, y que tampoco quiero conocer. No sabía exactamente para que fui hasta ese lugar. Al salir ya no estaba el de la seguridad, me sentí aliviado por eso, por no verle la cara y recordarla de camino a casa. Caminé una cuadra para tomar un taxi, desde la ventana del taxi pude ver relampagueantes las luces del cartel eléctrico de “Lobo Azul”, y colapsando, intermitentes, quemándose, en breve ya apagadas.



Entré en mi biblioteca personal, todo en orden, todo puesto justo en su lugar, una mesa contra placada especialmente diseñada para un alto ejecutivo como yo. Prendí la computadora, y me puse a leer la versión digital del diario más prestigioso del país, el de más credibilidad, el mío. La noticia resaltante era: “muere prestigioso empresario en bar de los suburbios, se desconoce motivo que lo llevó hasta ese lugar; la policía se encuentra investigando el caso; más detalles…en breve”. Dejé la computadora inactiva mientras fui por una bebida. Cuando regresé tenía un mensaje nuevo, lo abrí, era breve, me había escrito un tal “Protector”, decía: “…usted podría estar equivocado”.


Mientras seguía leyendo las noticias veía que las descripciones, hora y lugar, eran justo las que había estado en ese bar, luego vi a algunos de mis familiares entrevistados por los reporteros. Vi la escena del crimen: en una mesa del fondo, un cuerpo acribillado por las balas, un vaso con un poco de licor, una tarjeta de crédito en medio de la mesa, un hombre que decía: “yo le dije que estaba en peligro”. De pronto fijé la vista en la cara del hombre. Estaban entrevistando al borracho.


“Maldito borracho hijo de puta, que se joda. Que se joda bien, que no se dan cuenta que yo estoy vivo. Yo estoy vivo y no necesito de su protección”, grité lo más fuerte que pude. Fui hasta una mesa justo al lado de la piscina, con la luz tenue, con la laptop, que seguía actualizando los datos, con la entrevista al borracho. “Yo le dije que tenía enemigos, yo traté de protegerlo, estábamos en la mesa, el me tiró esta tarjeta de crédito, yo no quería su dinero, yo quería protegerlo…”, pensé: “protege a tu hermana, cabrón”. Mientras apagaba la laptop, saqué mi tarjeta de crédito, la tiré justo al medio de la mesa…luego se escuchó un disparo, mi camisa francesa se fue manchando de sangre…lentamente fui cayendo sobre la mesa, sintiendo que la vida se me espacaba, que de pronto esa vida de lujos ya no sería más la mía, y los miles de dólares de la tarjeta dorada ya no los podría gastar. Con las manos trémulas tomé la tarjeta y le di un beso…una mano me tocó el hombro, luego alguien me dijo: “después de todo, algún día tenía que ayudarte. Todo este dinero te dañaba, te hacía una mala persona, un sujeto vil, malvado, egoísta. Tengo que protegerte". Luego, este hijo de perra me siguió lanzando más tiros.


No pasó mucho hasta que este infeliz fue atrapado por la policía. Jamás fue a la cárcel. Loco, el hijo de perra se declaró loco, y creo que lo estaba para matarme de la forma como lo hizo, tal vez olvidar sea un buen mecanismo de defensa, igual, la gente ya lo ha olvidado; yo no puedo, cuando uno está muerto tiene toda la eternidad por delante para pensar las cosas con mucha calma, para recordarlo todo.


Desde dónde estoy puedo ver como todas las noches antes de dormir, el asesino se repite la misma frase: “tengo que protegerme, tengo que cuidarme de un hijo de puta que me quiere matar y quitarme todo mi dinero”. Luego saca una tarjeta de crédito vencida, la besa y se queda dormido. El enfermero del sanatorio lo observa desde la mirilla.


Harold Rodríguez

miércoles, 10 de marzo de 2010

ARIANA




─¿Cómo puedes olvidarte de todo lo que pasamos, así tan fácil, Mark?
─No puedo, he tratado de hacerlo, solo consigo recordarte más, y eso me daña. Y me hace mucho daño el sonreír para ocultarlo a mis mejores amigos, y especialmente a los que no lo son.
─Me gustaría que esto no terminara así, Mark. Hubiera sido mejor terminar como amigos, tal vez vernos más seguido, para conversar de temas divertidos, para que te cuente lo que me pasa en estos días, para pedirte una vez más que hables así como tú sabes; como me gusta. Tantas cosas….
─ Veo que tú siempre sabes lo que es bueno, malo y lo que no se debería decir. No cambias. Y aun así, no te dejo de querer; porque, al igual que tú, tampoco he cambiado mucho, ni estoy dispuesto a hacerlo por quedar bien contigo, pues te diré, contigo he tenido que ser alguien que yo no soy. Mejor dejarlo ahí, ya no des más vueltas, Ariana.
─Haber, dime si aun me quieres. Si aun te emocionas cuando sabes que te llamaré en las noches, luego de ver ese programa dominical que tanto me gusta, para decirte cosas seriamente frívolas, para no decirte muchas cosas, tal vez solo para escucharte unos breves minutos antes de dormir. Y dormir pensando que en otro lugar, en otra cama, alguien también está pensando en mí.
─Eres un egoísta, siempre piensas en ti, no es buena idea seguir esta conversación. Sabes, tengo que hacer labores.
─No te vayas, amor. Comprendo que estés molesta, tal vez no soy tan bueno como me hubiera gustado ser contigo. No tanto como te lo merecías, o como no te lo merecías. Quiero que me digas, si acaso, ya no me quieres como antes. Sí ya no me puedes disculpar por ser egoísta y pensar en mí, dejarte de lado y no hablarte todo este tiempo.
─Está bien. Te lo diré…
─ Mark, tal vez ya no te quiero como pensaba. Te quiero, pero no como tú a mí, no de esa forma, no como antes. Te quiero como mi mejor amigo, como cuando era una niña un poco distraída, con muchas ganas de hacer locuras y escribirlas.
─No quiero ser tu amigo. No me interesa tu amistad, si esta me limita, si la misma amistad que tanto valoro no me permite ser algo más que eso: tu amigo y solo tu amigo, ocasionalmente tu mejor amigo.

La conversación siguió prolongándose y repitiéndose infinitamente hasta terminar con las últimas digitaciones de Mark, golpeando con fragilidad el teclado; digitando lentamente los últimos caracteres que leería Ariana, muy triste, a punto de llorar, esperando que por fin su “amigo” terminara de escribir, y que no se quedara con ninguna frase. No esa noche, ya no era necesario ocultarla bajo la sonrisa de siempre, la sonrisa que más le gusta.


Dos segundos después de digitar su mejor y última frase. Mark sabía que Ariana ya no sería más su novia. Apretó los dientes para no llorar. De pronto recordó demasiadas cosas, muchas más de las que le hubiera gustado recordar, tal vez sí, ir de a pocos, y volver a empezar cuando sienta que el tiempo se las va robando, borrando, difuminando en pequeños recuerdos demasiado buenos para haber pasado a la vez. Y lo mejor es olvidarse de Ariana.


─Tengo que salir, que estés bien. Estoy segura que ya estarás feliz. Y si nos volvemos a encontrar en algún lado, quiero que sepas que siempre, siempre…seremos amigos.


Ariana no cerró su correo. El ícono verde seguía ahí, firme, indiferente, como si de pronto fuera a escribirse una próxima frase. Mark esperó toda la madrugada, los ojos le ardían, tomó un libro que Ariana le había regalado, se quedó leyéndolo hasta la página número 13. Fue hasta su cama, siempre sin perder de vista los cambios en la ventana del MSN, siguió leyendo…cerró el libro de golpe, se tendió en la cama, lo vio todo nublado, borroso, pensó en Ariana. Se durmió.

Cuando Mark se despertó, tenía los ojos rojos, la vista se le fue aclarando lentamente, su computadora estaba prendida, no recordaba haberla dejado así. No está bajando ningún archivo, tampoco está jugando a cosechar vegetales, frutas o conseguir puntos en Farm Ville; no ha dejado algún relato pendiente en el escritorio. No ha cerrado su MSN.


Mira a su alrededor, su cuarto está ordenado, la cama con su habitual desorden, el libro que compró la noche anterior en la librería permanece sellado sobre su cama, lee el título y siente curiosidad por leerlo, como si lo hubiera dejado en un punto interesante, como si supiera de qué trata, pero no puede abrirlo porque es un regalo para su mejor amiga. Para su sorpresa aun trae los zapatos puestos, se sienta frente a la computadora y se da cuenta que: no ha terminado su trabajo de proyectos, no ha llamado a Danna, su mejor amiga. No ha terminado el relato que dejó en Word el día anterior, ni piensa hacerlo. Mientras se cepilla los dientes siente el sabor de un beso esquivo en la boca, perdido en las antípodas de sus mejores sueños; sueños en los que suceden las cosas que no le ocurren tan seguido en la realidad.

Mark se sienta en la silla giratoria, abre el cajón de su escritorio y encuentra una bebida gaseosa, una inka-cola, digita al tacto su clave y toma un poco más de gaseosa. Cuando el ícono deja de girar y se pone verde, de pronto le aparece un mensaje, alguien que no tiene en su lista de contactos le ha escrito un relato que empieza con un diálogo que dice: “¿Cómo puedes olvidarte de todo lo que pasamos, así tan fácil, Mark?”. No es un relato común, de pronto se reconoce en el personaje, y va recordando todo, cada cosa, cada detalle, el relato no está completo, le falta el final. Termina el relato como le hubiera gustado, cosa que se permite solo en sus relatos. Cuando terminó el relato y lo estaba leyendo nuevamente, de pronto apareció una ventana que decía:

─Hola, me llamo Ariana. ¿Tú escribes relatos, cierto?

Dos segundos después, Mark estaba seguro que, a diferencia de otras veces, no había soñado con una extraña.


Harold R.